A Washington. Ayer; Hoy.
Fuente: Escrito de Guido Despradel Batista, publicado en el Semanario La Palabra 1; 7, La Vega, 20 de julio de 1929, y reproducido en sus Obras. Tomos II, Volumen LXXXVI, Archivo General de la Nación, compilada por Alfredo Rafael Hernández. Santo Domingo, 2010
Ayer, cuando el rutilante sol de nuestra libertad fu eclipsado por las negras alas de un águila rapaz y despiadada; ayer, cuando el sagrado altar de nuestras instituciones y de nuestras leyes fue ultrajado por las manos inmundas de un blanco bárbaro con ínfula de César; ayer, cuando nuestros hombres fueron cobardemente asesinados y maltratados, y nuestras mujeres vilmente burladas y deshonradas.
Ayer; en ese ayer de los heroísmos anónimos, en ese ayer que anatematizó a los cobardes y encumbró sobre pedestal de radiante gloria a los valientes, en ese ayer triste, doloroso, humillante y exasperante.
En ese ayer glorioso por cruento e inolvidable, por perverso e infame, en ese ayer que clama venganza en la soledad honrosa de la Barranquita y en la tierra mil veces regada con sangre del este, en ese ayer, un hombre, jurista eminente y patriota inconfundible, se dirigió al Capitolio de Washington en compañía de tres hombres más que poseían las más sanas intenciones y los más laudables propósitos, a buscar la libertad de un pueblo.
Y la libertad fue encontrada, y aunque no era tan brillante como cuando fue eclipsada por la rampante águila de Mount Vernon, satisfacía, porque hacía terminar el asesinato de un pueblo indefenso y el vejamen de una bandera mil veces gloriosa
Por esa libertad no fue encontrada sola, ella vino acompañada por grandes principios de orden y de justicia; y así vimos cómo desde el Capitolio se estipula en cuatro años la duración del periodo presidencial en nuestro país, se prohibía la reelección presidencial, se ordenaba la económica y se recomendaba el orden y la honradez como base que necesita la existencia de un gobierno democrático, moral y responsable
Hoy, cuando somos libres a medias; hoy, cuando el sagrado altar de nuestras instituciones es embargado con el inmundo lodo de las claudicaciones; hoy, cuando nuestras leyes son de existencia convencional y de aplicación parcial; hoy, cuando la más espantosa de las bancarrotas nos asedia; hoy, cuando la guataquería de las camarillas pesa más que los sanos consejos de nuestras verdaderas personalidades.
Hoy, en este hoy triste y miserable, en este hoy que es reino de la corrupción y de la inconsecuencia, en este hoy en que la ambición y el desconcepto de los que gobiernan hicieron venir de fuera una misión de extranjeros a imponernos la económica y el orden; en este hoy que clama ser modificado radicalmente, el mismo hombre, el que ayer fue a buscar la libertad de un pueblo, acompañado, se dirige solo a Washington después de aceptar el Ministerio de Relaciones Exteriores de nuestros país
Y ¿a qué va? Debe ir a comportarse en cuerpo y alma con los principios que ayudó a proclamar en nefandos tiempos, a bautizarse como dice la sapiencia inequívoca del vulgo, a declarar que al estar dispuesto a luchar por que se cumplan esos principios no permitirá la reelección, se opondrá con todos sus fuerzas a la contratación de nuevo empréstito, se dispondrá a hacer volver la justicia, la honradez y el orden en nuestras instituciones públicas, y se declarará arrepentido por haber permitido la prolongación
¿Qué? ¡Que el patricio de ayer vas a Washington a sostener la reelección y a que lleva la intención de contratar un nuevo empréstito! ¿Q uién se atreve a decir eso? ¿Quién es el malvado que acusa de apóstata a nuestro eminente jurista y patriota inconfundible? ¿Qué va a negar su obra, que va a despojarse de esa autoridad de hombre probo y responsable, que va a echar por el lodo ese título de casi libertador que le guarda una parte de la posteridad?
No, mil veces no, los que tal dicen mienten. Y si no. Esperemos el infalible veredicto del tiempo y las notas del baptisterio de Washington