Un artículo de Juan Bosch en el día de las madres
Por Juan Bosch
Este artículo del profesor Bosch que reprodujo la Revista ¡AHORA! En su edición No. 498. 28 de mayo del 1973, Pág. 2 al 4. Fue publicado hace ya una década con el titulo ´´ La madre en el Drama Histórico de la Isla´´. Al momento que fue escrito parecía que los sufrimientos de la madre dominicana habían encontrado un dique esperanzador. ¡Cuanta equivocación!
De ahí que este se un documento que conserva toda su vigencia, toda su vitalidad y belleza
Y que merezca volverse a publicar y volverse a leer.
Hoy es Día de las Madres. Lo celebramos el último domingo de mayo y deberíamos hacerlo el primer día de la primavera, cuando la tierra entra en una nueva etapa de fecundidad; cuando el mundo en que vivimos da de sus entrañas todas las fuerzas ocultas que Dios ha puesto en él para que pueda ofrecer al hombre los mejores frutos, las flores más bellas, las mieles más ricas y los cantos más armoniosos de las aves.
En la religión católica de nuestro pueblo, la madre es María, la virgen de los siete dolores. Y está bien que sea así porque salvo el momento en que ve nacer el hijo y oye el primer grito, cuando la alegría de haber traído al mundo un a nueva vida la embarga como una copa de licor divino, la madre siempre sufre; sufre el dolor físico del alumbramiento y sufre todo la vida el, dolor del miedo a que su hijo se enferme o no sea un hombre bueno que ella espera o no resulte tan inteligente como desearía y sufre cada hora la anticipación de la muerte de su criatura.
Con los siete puñales del dolor clavados en su corazón, la madre de Jesús es el símbolo de la madre cristiana, y es por tanto el símbolo de la madre dominicana.
¿Quién ha sufrido más que esta madre dominicana? sufrió cuando era india y llegaron los conquistadores españoles y echaron perros bravos al monte para cazar al hijo indio, y cuando tuvo hijo español y lo vio partir a la guerra para salvar al país de los piratas; sufrió cuando ya no era ni india ni española, sino mestiza y con la llegada de los esclavos, a quines los amos arreaban a latigazos, comprobó que había razas sometidas y la suya era una de ellas; y sufrió cuando era madre esclava y veía nacer al hijo condenado a la esclavitud, o cuando fue negra libre y tuvo hijo del español y supo que ese hijo no seria bien querido porque nunca sería de la raza pura de su padre.
La madre dominicana sufrió cuando los bucaneros se metieron tierra adentro disparando sus arcabuces y tomando presos a los pobladores; sufrió cuando el rey de España ordenó que se dejaran despobladas las ciudades del Oeste y del Norte y ella tuvo que hacer a pie, junto al hijo, los largos caminos hacia la capital; sufrió cuando sus hijos tuvieron que ir a la guerra para reconquistar la Tortuga y para echar a los franceses hacia el mar y sufrió mucho más cuando llegaron los días de las guerras sociales en Haití y cuando los haitianos entraron en la parte española y pasaron a cuchillo poblaciones enteras en Santiago, en Moca, en Cotui y en la rutas Sur.
Cuando los hombres combatían en Palo Hincado, cuando el hambre mataba a los sitiados de la Capital, cuando se luchaba, en fin, para volver hacer española la colonia que había caído en poder de Francia, fue ella, la madre dominicana, la que vio a los hijos partir hacia las batallas y enflaquecer hasta la muerte en la ciudad sitiada.
Para hacer la patria, entre 1844 y 1845, ¿quién dio hijos si no ella? ¿Quién quedaba con el corazón atribulado cuando los hombres iban a combatir a Azua o Santiago? ¿De dónde habían salido los que cayeron en Las Carreras y en Beller si no era del vientre de la madre dominicana ¿ Y por dónde rodaban a chorros las lagrimas cuando al poblados lejano, al campo perdido, llegaba la noticia de la muerte de un combatiente, si no era por las mejillas secas de la madre?
La madre dominicana llevó sobre su alma el peso de la guerra cuando los españoles volvieron al país traídos por Santana y el pueblo se sublevó en Capotillo y comenzó aquella lucha sangrienta contra los que habían sido portadores de la civilización cristiana para sembrarla en nuestro suelo y en esa nueva ocasión eran ocupantes extranjeros de una República que a lo largo de once años había luchado en los valles y las lomas de la frontera y en las aguas del mar para que sus hijos fueran dueños de su patria.
Mientras los hombres se mataban en Guanuma, en Puerto Plata, en el Canal de Paya, en los arenales de la Línea Noroeste, la madre dominicana esperaba en el bohío o en la casa de yaguas del pueblo que el que le llegara la noticia de que el hijo había caído en la batalla
Madre adolorida como la nuestra, ninguna; madre con el corazón deshecho por la angustia como la de nuestro pueblo, ninguna. Pues llego la hora en que la bandera española se fue alejando mar afuera, pero los dominicanos, para defender su República, siguieron matándose entre sí; y se mataban un día y otro, un mes y otro, un año y otro, hasta que el brazo fuerte de Ulises Heureaux impuso la paz: sólo que la paz fue obra de crimen y con el crimen llego el miedo a sentarse en el lumbral de todos las puertas y entonces la madre sufrió de miedo y en cada pisada que sonaba en la noche creía ver llegar a los que iban en busca del hijo `para fusilarlo en el cruce de dos caminos o para cencerrearlo por vida en una cárcel pestilente o para llevarlo a la fuerza a servir en los cuarteles
Madre dominicana, árbol del sufrimiento, ¿quién iba a decirte que el cadáver del tirano, caído a tiros en Moca, iban a salir los infiernos de la guerras civil? Pero salieron, y durante diecisiete años de espanto viste a tu hijo irse a los combates y miles de veces no lo viste volver y nunca supiste en qué perdido matorral quedó su cuerpo con una vena rota por donde la sangre que tú le diste había salido a chorros llevándose la vida que tú creaste para que fuera útil y hermosa
Madre adolorida, esta República descansa en la base misma de tu corazón; está nutrida por tu dolor, por el dolor que padeciste cuando la Infantería de Marina Norteamericana se adueño de esta tierra y se llevo a tu hijo a empujones para que no protestara por el atropello que le habían hecho a la patria
Está nutrida por el dolor de siglos, sobre el cual apenas es una luz lejana el recuerdo de algunos días de paz perdidos entre los muchos días de padecimientos
Tras unos días de paz, cuando la bandera de la cruz hubo flotado en los cielos donde flotó la de las barras y las estrellas, cayó sobre ti el espanto; cayó como una ave de piedra en cuyos ojos fulguraba el crimen; cayó y se posó sobre la República y la cubrió de la costa a la montaña, del mar al río, de la arena al árbol, de la calle al nido.
¿De donde vino Rafael Leonidas Trujillo, llama oscura, fuego ardiente y sin luz, señor de la maldad? ¿Porqué asesinó a tu hijo en los bosques, por qué lo torturó en la Cuarenta, por qué hecho sus despojos al mar, por qué lo lanzó al exilio?¿Cómo se explica madre dominicana, que tu alma pudiera resistir tanto tormento y no estallara? ¿Quién podrá decirnos por qué no se secó tu vientre; debido a qué milagro seguiste dando hijos para que la tiranía los triturara?
Hoy recuerdas con horror los días en que a las hora de la comida tu hijo tardaba y a ti se te encogía el alma pensando si no había caído en manos de los esbirros; las tardes en que rondaban por tu casa caras desconocidas y esa noche el hijo que había salido a pasear con los amigos no volvía a la hora acostumbrada y tú no podía dormir loca de sufrimiento y temblaba a cada ruido esperando la peor de las noticias
Madre dominicana, ¿cómo pudiste resistir treinta y dos años de crimen? Treinta y dos es demasiado tiempo para sufrirlos con una lanza clavada en el corazón. En esos treinta y dos años, todos los días fueron de sangre y todos las noches fueron de pavor; y tú pudiste padecerlos es porque la resistencia de tu alma es infinita
Ciertos pueblos antiguos construían sus viviendas sobre el cadáver de un niño. Los cimientos de la patria dominicana están hechos sobre el dolor de la madre. No han sido los que caído en los combates ni los torturados en las prisiones ni los fusilados en la noche ni los echados al exilio lo que más han sufrido; ha sido ella, las madre, la que siempre espera porque siempre ama, la que tiene en el pecho una fuente inagotable de ternura y a la vez una llaga de miedo que jamás se cierra
En este Día de las Madres debemos consagrar una hora a ella; a la madre de todos, a la que cada día pasa por nuestro lado sin que sepamos su nombre; a la que ya murió y a la que aún vive. No pensemos sólo en la nuestra, en la que nos llevó en su entraña y nos cobijó con su amor.
Esa es siempre la más bella aunque sus rasgos sean toscos; la más joven aunque tenga ochenta años y peine canas; la más saludable aunque esté en lecho enferma: la más alegre aunque el sufrimiento la haya deformado; la siempre viva aunque haya muerto
Pero la otra, la de todos, la madre del sufrimiento dominicano, la madre que dio hijos para que hicieran patria y lo dio para la guerras civiles los dio para restaurar la República y los dio de nuevo para que los caudillos los enviaran a la muerte; la madre dominicana que parió víctimas para la tiranía. Ésa es la raíz misma de este pueblo, la fuente de su vida y tal vez la única razón de su existencia
Sea para ella nuestra veneración.
Pero nuestra preocupación debe ser para la madre pobre; la que en los ranchos de las ciudades y en los bohíos de los campos, a la luz de la jumiadora o de la lámpara, ha estado junto al catre o junto a la barbacoa del hijo enfermo, vigilándolo con ojos endurecidos por el trasnoche y rogando a Dios de las alturas, con palabras atravesadas por el dolos, la salvación del enfermito
Nuestros pensamientos son hoy, Día de las Madres, para ésa que se levantó atormentada, buscando con ojos sin sentidos en los rincones de la vivienda algo con que hacer comida para sus hijos. Los hijos del hambre que ella trajo al mundo con tanto amor como la señora encopetada, pero desdichadamente sin la comodidad de la señora encopetada
Madre dominicana pobre, fuente del sufrimiento, flor de lágrimas: tus hijos duermen sin sábanas, tus hijos se levantan desnudos y pasaran el día desnudos o vestidos de harapos; tal vez tus hijos no comerán el día de las Madres. Pero ten la seguridad de que miles y miles de dominicanos eran y luchan para que en esta tierra que te debe tanto amanezca un día la justicia sentada en la loma más alta y en el bohío más humilde, con las dos manos llenas del pan que te has ganado con tu dolor en todos los años de nuestra historia.
Que el Señor te desdiga en este día, madre dominicana
Recopilada por
Ubaldo Solís Ureña
Para VEGANISIMO y DESDELAVEGARD
La Vega.