Discursos
Discursos pronunciado por el Dr. José Francisco Peña Gómez. s/f.
Domingo de Adviento
Como sucedería muchos siglos después en las tierras americanas, España fue primero asentamiento ibero. No se sabe a ciencia cierta la procedencia original de este pueblo, como se desconoce igualmente el origen exacto de los primeros pobladores de América.
Hispania después fue invadida, colonizada, explotada y gobernada sucesivamente por fenicios, celtas, griegos, cartagineses, romanos y visigodos, pueblos que perfilaron la identidad de una nación que resistía incólume 800 años de dominación musulmana sin renegar de su cultura, su religión sus fueros y su lengua, tesoros civilizadores que moldearían la conducta de otros pueblos, situados más allá de la última raya del horizonte histórico y geográfico del siglo XV.
Esta patria de guerreros indomables, de poetas excelsos, de escritores geniales y de místicos transfigurados, que presentían en sus ensueños la blanandanza de Dios, soportó estoicamente el trabajo forzado con que sus opresores le arrancaron el oro de las minas de Galicia, Riotinto y Asturias o la plata de Cartagena, quien sabe si como prefiguración y anticipo de otra empresa conquistadora que ella misma llevaría a cabo en las minas de Santo Domingo, de México y de Perú.
Vencidos y vencedores, fueron los hijos de España, reclutados por Cartago, los que treparon a las cumbres nevadas de la Cordillera de los Alpes, conducidos por el Genial General Aníbal, para ir a guerrear y a morir en las llanuras italianas bajo los aceros vengadores de las legiones del imperio Romano.
La España conquistada por Roma se levantaría sobre si misma y asimilada al imperio, devolvería a su punto de origen los frutos de su romanización, porque hijos de Hispania Gobernaron a Roma, entre ellos los emperadores Adriano, Trajano, y Teodosio el Grande, éste último culminador de la cristianización, porque al prohibir para siempre el culto pagano, hizo posible el reinado solitario de la doctrina de Jesús.
Fue en medio de estos grandes avatares históricos que España aprendió de sus dominadores el arte de la guerra, el espíritu de conquista y la pasión misionera que la convirtió en señora de los mundos.
Por un extraño ritornelo de la historia, en una pequeña isla del Mar Caribe, llamada por Cristóbal Colón la Española, dio comienzo España a la epopeya de la conquista de América, y mi pequeña patria viviría desde entonces un tortuoso devenir, que ilustraría los mismos padecimientos de la nación progenitura.
Nuestra población india fue repartida a encomendadotes ambiciosos, y obligada, como los antepasados de los conquistadores, a extraer de las minas americanas los metales preciosos que contribuyeron a crear la opulencia del imperio español.
La sociedad autóctona y el hombre originario de la América hubieron de desaparecer, sobrepujados por el superior desarrollo histórico y cultural de los colonizadores que transmitieron su lengua y su religión con lecciones enseñadas a sangre y fuego, pero también el carácter desprejuiciado y libertario del español hizo posible, sobre todo en esta isla, la fusión de su sangre con la de los indios y la de los esclavos africanos, para producir una síntesis humana que dio origen a la raza mestiza y morena de América Latina.
Antes que las naves aventureras de España enfilaran sus velas hacia tierra firme y descorrieran el velo de misterio del imperio azteca y las plantas andariegas de los 13 en la isla del gallo dejaran tras sus paso un camino de huellas desde Panamá hasta las alturas de Perú, donde cayó rendido el imperio de los Incas, Santo Domingo fue escenario ejemplar de la primera conquista y colonización de América, porque fue en nuestra tierra donde se construyeron las primeras fortalezas, donde se cantó la primera misa, se construyó la primera villa, la primera capital, el primer Ayuntamiento, se instaló la primera Real Audiencia, la primera Diócesis Episcopal y la primera Universidad y donde la dulce lengua de los tainos, con expresiones y términos tales como estancia, sabana, hamaca, huracán, y otros enriqueció el idioma de Cervantes.
Herederos de la rebeldía española, en nuestra tierra se sublevó contra la injusticia el primer jefe español, Francisco de Roldan, siendo también el escenario donde el cacique indio cristianizado, Enriquillo, desafió exitosamente durante 13 años desde las montañas del Bahoruco, el poder imperial en reclamo de la libertad.
Somos hijos de la patria donde la España Colonizadora inició la esclavitud en América, y paradójicamente, el mismo suelo donde la otra España, la compasiva, la igualitaria y la generosa comenzaron su apostolado vehemente en favor de la igualdad de todos los hombres sobre la tierra.
Fue en Quisqueya, nombre indígena de mi patria, donde el Domingo de Adviento del año 1511 un fraile dominico, Fray Antón de Montesino, hablando a nombre de su orden, fustigó con el látigo de su verbo al Gobernador y Virrey Diego Colón, a los encomenderos, funcionarios y colonos sin conciencia, reprochándoles la explotación de los indios. Cinco siglos después, sus palabras suplician como brasas ardientes las conciencias de los esclavistas y pecadores de todos los tiempos. "Decid ¿con qué autoridad habéis hecho guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos habéis consumido?
¿Estos no son hombres? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no lo entendéis? ¿Esto no lo sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos?
Aquella voz tonante, pero cristiana, lanzó el primer grito de libertad en favor de los explotados de América. Poco después, un encomendero arrepentido, el Padre Las Casas, lo haría suyo, y en la Corte misma, enarbolando el pendón justiciero de esta causa, se convertiría en el apóstol de los indios y lograría en parte la promulgación de las leyes humanitarias dictadas por la corona.
Los hombres y mujeres de aquella nueva sociedad, de aquel nuevo mundo cultural, sufrieron en mi patria los horrores de invasiones sucesivas de piratas, de ingleses, Franceses, haitianos, y norteamericanos, una ocupación española y el rigor de dictaduras de todos los pelajes. Pero como de España aprendimos las lecciones del amor a la libertad con gallarda unción, nos hemos conservado, al precio de la efusión de nuestra sangre, como un pueblo independiente y soberano, orgulloso de su cultura nacional, de su lengua, de sus entidades sociales y políticas y de su acrisolada estirpe afroindohispana.
Todo lo que nace, se transforma o muere, lo mismo los seres humanos que las instituciones y los imperios. La historia universal sintió la impronta del poderío de Roma, para verla caer después hecha trizas y pavesas por efecto del hierro y el incendio de los bárbaros.
Así, un día al igual de Roma, el imperio de los Reyes Católicos, de Carlos V y de Felipe II también dejó de serlo y sus capitanes y soldados vencidos tuvieron que partir de las tierras americanas dejando atrás las fábricas materiales y las obras culturales de un dominio al que puso fin el lógico proceso de transformación de estas sociedades ayer españolas y hoy criollas.
Es verdad que el filo de la espada de Cortés y el incendio de las batallas hizo pavesas a la más grande ciudad del Nuevo Mundo, Tenochtitlán o Temoxceta, encaramada en el valle de México.
Pero también es verdad, que al término de esa conquista española, España nos dejó la ciudad de México, la ciudad más grande del Nuevo Mundo. En esa partida jugada en el tablero de la Historia, América Latina salió ganando.
Pero la desaparición del Imperio Español y el regreso de España a sus propias fronteras, no le pusieron fin a su influencia en América Latina. La historia ha probado que la España sin colonias sigue teniendo una vigencia determinante, que equivale a un imperio más duradero que el de sus Virreyes, Gobernadores y capitanes Generales, porque España reina en América Latina con el poder del Amor.
Ninguna antigua metrópoli tiene una proyección tan profunda como la que mantiene España sobre América Latina, gracias a nuestra herencia cultural y lingüística, pero también por el irresistible efecto de demostración de una España democrática sobre nuestras instituciones políticas y sociales.
Después de Europa, América es el otro continente donde mayoritariamente impera la democracia. Sin duda alguna ocupamos el primer lugar como región del planeta liberada de los terribles conflictos de nacionalidades y etnias, nuestras sociedades nunca han sido convulsionadas por la intolerancia religiosa que ha causado derramamientos de sangre en naciones ilustres de esta vieja Europa y, por encima de todo, el que les habla, es testimonio vivo de que en Ibero América el menosprecio racial inspirado en el color de la piel no es problema social gracias a las enseñanzas igualitarias de España. Baste un solo ejemplo: El personaje central de la obra cumbre de su literatura es un modesto hidalgo, Don Quijote, que se hizo acompañar para la realización de sus aventuras de Sancho Panza, hijo de las capas más humildes del campesinado español.
Razones nos sobran para aprovechar la oportunidad que me ofrece este egregio centro académico para condenar con el mayor vigor los brotes de xenofobia y racismo que se manifiestan en algunas sociedades industriales de Occidente y el brutal exterminio que se lleva a cabo en medio de la pasividad de las más grandes potencias, contra poblaciones indefensas de la desaparecida Yugoslavia.
El ascendiente de España en nuestro sistema democrático se manifiesta en la transformación de sus instituciones municipales y, aunque en la estructura de nuestros regímenes políticos predominan el Derecho Constitucional Francés y el Norteamericano, que fueron los dos faros de nuestra democracia liberal, tenemos que convenir que mientras en España y Portugal prevaleció la dictadura, dictatoriales también fueron los gobiernos de Ibero América, como el del Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo en nuestra República Dominicana, el del General Fulgencio Batista en Cuba, el del General Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, el del General Gustavo Rojas Pinilla en Colombia, las dictaduras expresión del nuevo militarismo en Argentina y Brasil y las llamadas democracias restringidas de Centroamérica, lugar este último donde los escuadrones de la muerte no respetaron ni siquiera la santidad de los altares como lo prueba la inmolación de Monseñor Osear Arnulfo Romero en El Salvador.
La mayoría de nuestras dictaduras encontraron su justificación política y moral en la existencia de gobiernos autoritarios en las madres patrias de Europa y apoyo en la estrategia política y militar equivocada ya superada de contención del comunismo por parte de los gobiernos de los Estados Unidos durante los años críticos de la Guerra Fría.
La fuerza del ejemplo de España en la vida pública de nuestras naciones se puso de relieve cuando tras su democratización, y el histórico compromiso del Rey Juan Carlos de Borbón con la defensa de las libertades ciudadanas durante el fallido levantamiento de una facción militar, América Latina reaccionó, concomitantemente, impulsando un irreversible proceso hacia la civilidad que ha culminado con la proscripción de todas las dictaduras militares de derecha desde el Río Bravo hasta la Patagonia.
Estados Unidos tuvo la democracia como sistema político desde la proclamación de su independencia, pero el ejemplo norteamericano sólo se impuso en América Latina en el plano formal. La democratización de España es, pues, un factor decisivo propulsor de la liberación política real de nuestra región, como a su hora lo ha sido para los gobiernos democráticos estables en las islas inglesas del Caribe, la existencia ininterrumpida durante siglos del parlamentarismo democrático en Gran Bretaña.
La Universidad Complutense de Madrid, uno de los centros de educación superior más prestigiosos del mundo, me ha conferido el Doctorado Honoris Causa de la ilustrada Facultad de Derecho. Interpreto este honor como un reconocimiento a las luchas heroicas libradas por mi patria y mis hermanos de América Latina en pro de nuestra democracia y de nuestra libertad y un premio a la devoción y al amor de los dominicanos por su Madre Patria. Pero ante todo, la distinción que me otorga la Universidad Complutense es la ratificación del compromiso de este país con la libertad de todos los hombres.
Aunque expresión intelectual de la Primera Universidad de América, la de Santo Domingo, fundada en 1538, este título no nos corresponde como teorizantes de ninguna de las doctrinas y creaciones del Derecho contemporáneo que mi pluma no ha concretado. El Derecho, más bien lo hemos escrito junto a una generación de dominicanos y de latinoamericanos en las batallas políticas que hemos librado durante 34 años para reafirmar la vigencia de sus principios en nuestro continente.
Las realizaciones más trascendentes en la forja de este derecho se plasmaron en dos pactos históricos suscritos en mi país, en los que tuvimos, junto a otros ciudadanos dominicanos, una decisiva intervención. El primero en el año 1965 para ponerle fin a la guerra civil, a la intervención armada de los Estados Unidos y reabrir el proceso constitucional que se extiende hasta el día de hoy,
El segundo fue el Pacto por la Democracia del año 1994, que evitó una guerra civil, reformó la Constitución Nacional para proscribir el continuismo presidencial, fortalecer el régimen de la separación de los poderes, establecer la doble nacionalidad y celebrar nuevos comicios presidenciales a fin de reparar los daños que arruinaron las esperanzas democráticas del pueblo dominicano, tan añoradas por el fundador del Estado dominicano, Juan Pablo Duarte.
Todos estos acontecimientos marcarán en fin de un ciclo apasionante de nuestra historia política.
Hay, sin embargo, escenarios en los que España y América Latina se enrumban por derroteros diferentes, como líneas paralelas contrapuestas. Nos referimos a los derechos sociales, económicos y culturales felizmente respetados y aplicados en Europa y violados flagrantes y reiteradamente en nuestra desdichada América Latina.
Es la niñez desvalida, es el analfabetismo, es la desnutrición, la desprotección y la explotación de los niños, es falta de asistencia médica, la ausencia del derecho al trabajo, a la seguridad social, la agresión indiscriminada al medio ambiente y la discriminación inmisericorde a la mujer.
Sólo merece a posteriori esta distinción si continuamos con nuestros empeños, desde cualquier lugar en que la historia nos sitúe en pro de la materialización de estas sagradas prerrogativas, sin las cuales no puede existir en ninguna parte una democracia cabal.
En nombre de mi patria, la República Dominicana, de América Latina, de mi familia y de mis amigos, entrego a esta Universidad Complutense las flores de mi gratitud plasmadas en 15 volúmenes, hijos de mi pensamiento, los cuales reseñan parte esencial de la historia dominicana reciente y de las luchas democráticas de Latinoamérica y de otras partes del mundo.
A la España noble, generosa e igualitaria, a la del Sermón del Domingo de Adviento, un redimido por su doctrina le dice: Gracias.
Hace cinco siglos, señores, Cristóbal Colón trajo encadenados los primeros 400 habitantes de mi tierra. Cinco siglos después, he ahí a los hijos de Quisqueya, a un hijo de aquella patria premiado por ustedes por su lucha en favor de la libertad. Muchas gracias