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El plan que entraba ahora en su fase final había comenzado a urdirse a mediados de mayo, cuando Sanoja viajó a Madrid por encargo de Trujillo.
En la capital española entabló contacto con Morales Luengo, exiliado en España desde su expulsión de Venezuela por actividades conspirativas. La reunión entre ambos se realizó en el hotel donde estaba hospedado Sanoja, quien le explicó sus vínculos con el “Jefe” y la importancia de su inmediato traslado a Ciudad Trujillo.
Todo estaba preparado en Venezuela para una “revolución”.
Los dos conspiradores se pusieron de acuerdo, y el 27 de mayo salieron de Barcelona en un vuelo de Air France hacia la capital dominicana, haciendo escalas en París, Montreal, Bahamas y Kingston. Arribaron a su destino final el 30 de mayo.
La reunión con Trujillo no tardó en producirse y como resultado de la misma, el ex oficial venezolano fue instalado en una casa en las afueras de la ciudad, propiedad de Romeo Trujillo, sobrino del dictador.
Fue allí donde se les unió el coronel Abbes García, jefe del temible Servicio de Inteligencia Militar (SIM). De apariencia apacible, mediana estatura y fino bigote, a la usanza de la época, Abbes podía pasar como un simple burócrata a la espera de una anhelada ascensión de rango.
Su aspecto físico mostraba una pronunciada tendencia a la obesidad. A excepción de su mirada fría, que acentuaba al achicar sus ojos de color café, no había nada excepcional en este hombre de carnes ligeramente caídas en el rostro.
Físicamente era una persona sin brillo. Su personalidad, fuera de sus ámbitos de jefe supremo de los servicios de seguridad del Estado, era tan corriente que podía confundirse fácilmente con el escenario.
No había en él nada que llamara la atención que no fuera su fama de sádico y asesino.
Abbes era una de las personalidades más siniestras del régimen. Todos le temían, hasta sus superiores. Se le tenía y temía como “un hombre de acción violenta”. Era, a decir de Robert D. Crassweller, autor de Trujillo: la trágica herencia del poder personal, un hombre singularmente apropiado “para presidir la decadencia y el colapso de la Era de Trujillo”.
El Jefe, como se le llamaba en señal de veneración, había estado acompañado siempre, a lo largo de sus ya treinta años de dictadura, de hombres violentos y desalmados.
Aquellos hombres habían contribuido a afianzar su poder, eliminando opositores y toda señal de resistencia política, por inofensiva que fuese. Pero Abbes parecía superarlos a todos. Era un conspirador nato que había alentado a Trujillo a involucrarse en operaciones y aventuras de ultramar.
Hasta mediados de la década de 1950, Abbes había sido un colaborador del régimen como redactor deportivo en las páginas de los diarios oficialistas La Nación y El Caribe, con esporádicas intervenciones como cronista de la radio. Fue a mediados de esa década, cuando entró directamente en contacto con su verdadera vocación, la del espionaje, al visitar México y Centroamérica, cumpliendo misiones para el régimen.
En México su trabajo consistió en vigilar las actividades de los exiliados dominicanos, lo que aprovechó para profundizar sus conocimientos sobre el tenebroso mundo del espionaje.
Tal vez de todas sus experiencias, la que más influyó en el desarrollo de su personalidad tuvo lugar en ese país. Allí contrajo matrimonio con una mujer que supuestamente, según Crassweller, le había salvado la vida en el curso “de una de las conspiraciones que se urdían regularmente en el submundo político de Centroamérica”.
Era una mujer “corpulenta, gorda, fea, sin distinción y ordinaria” y según el historiador norteamericano “se sentía ofendida por los numerosos asuntos de su marido con otras mujeres”. Esta ruda mujer llegaría con el tiempo a ejercer una especie de dominio sobre él, similar al que Abbes llegaría a poseer sobre toda la estructura de mando del régimen trujillista, con la sola excepción del propio dictador.
Nacido de un matrimonio de padre norteamericano de ascendencia alemana y madre dominicana, Abbes nació en la entonces Santo Domingo, convertida luego en Ciudad Trujillo, en 1924.
Nada en el carácter de sus padres podía anticipar, lo que Crassweller define como “las perversas tendencias del hijo, que se vislumbraron por primera vez cuando, siendo niño, le encontraron entreteniéndose en arrancarle los ojos a los pollos”.
La fama que precedía a este hombre estaba bien fundada.
Todo su poder radicaba en la organización que presidía y que él había ayudado a organizar desde 1957.
Abbes había sustituido al frente del SIM al general Arturo Espaillat, cuya reputación de crueldad le había ganado el sobrenombre de Navajita, basado en la leyenda de que daba muerte a sus prisioneros cortándole él mismo la garganta con una navaja afilada.
El SIM era el organismo represivo mediante el cual Trujillo se aseguraba el control efectivo del país y de sus habitantes. Sus ramas tenían copada todas las actividades públicas y privadas del país. En su larga nómina figuraban miles de hombres y mujeres, que ocupaban las más disímiles posiciones, desde meseros de restaurantes, hasta oficiales de las Fuerzas Armadas. Estos espías a sueldo estaban en la obligación de rendir informes diarios de cuanto veían y escuchaban a su alrededor.
Muchos de estos informes, frecuentemente prejuiciados e incompletos, habían llevado a la muerte o al presidio a miles de ciudadanos, poniendo fin a veces a prometedoras y exitosas carreras militares y civiles. Abbes era el centro de todo este complejo aparato de seguridad y represión.
El brazo del SIM se extendía más allá de las fronteras dominicanas y los planes que se proponían llevar a cabo Morales Luengo, Sanoja y el resto del grupo de venezolanos que acababa de cumplir este primer vuelo secreto entre Maiquetía y la base aérea de San Isidro, serían la evidencia más palpable de ello. En la fama de la organización pendía el nada honroso mérito del asesinato del coronel Carlos Castillo Armas, presidente de Guatemala, ocurrido en su propia Casa Presidencial, el 27 de julio de 1957.
Sin duda, Abbes era el cerebro de todas esas y otras conspiraciones que habían trasladado el terror trujillista a otros lugares de la región.
Mientras esperaban por el desayuno que había ordenado preparar Morales Luengo, Abbes llamó por teléfono a Trujillo, para informarle de la llegada del avión por el que habían estado esperando.
Entretanto, el grupo se dividió subiendo Morales Hernández y Morales Luengo a la habitación de éste último, por un momento. Al unirse más tarde al resto, tuvieron tiempo todavía de escuchar a Cabrera Sifontes, que había sacado una libreta de un maletín de mano, relatar una serie de hechos que describía como ilegales cometidos por el gobierno de Venezuela.
Cabrera Sifontes analizó brevemente las posibilidades de éxito de una insurrección contra el presidente Betancourt y mencionó una lista de oficiales, ex oficiales y civiles prominentes que, dijo, estarían dispuestos a secundar los planes contra el gobierno de Acción Democrática.
-Yo tengo un aparato, por si a ustedes les puede interesar, que es electrónico, trabaja a base de micro-ondas y su poder explosivo es de 65 kilos de TNT-, intervino en la conversación el coronel Abbes García.
La plática continuó durante el desayuno y al final de éste llegó Trujillo a la casa.
Después de una breve presentación, subieron al segundo piso donde Morales Luengo pidió a Cabrera Sifontes que explicara a Trujillo la situación en Venezuela. El dictador ofreció su respaldo a los conspiradores diciendo: -Al enemigo hay que darle fuerte, pues si no se lo hacemos nosotros, él se lo hace a uno.
Trujillo se interesó sobre la procedencia y naturaleza del respaldo con que podían contar sus visitantes. Y les inquirió en tono casi cortante: -¿Los curas están con ustedes o no están? A una señal de asentimiento, prosiguió: -Ténganles cuidado, porque ellos (los curas) son muy traicioneros, hoy traicionan al que está y mañana los traicionan a ustedes. Aquí se me quisieron alzar, pero yo los metí en cintura.
Trujillo pidió entonces a Morales Luengo una lista del material que pudiera hacerles falta. El piloto y el copiloto del C-46 bajaron a la primera planta mientras el resto continuó por un tiempo la conversación en la habitación del piso superior. Trujillo se retiró poco después y en las horas siguientes, Mo rales Luengo recibió la visita de numerosos oficiales dominicanos y familiares del Generalísimo.
Siguiendo el plan revisado momentos antes, el C-46 partió de regreso a Venezuela a las 14:40 (2:40 p.m.) con su misma tripulación –los capitanes García y Juvenal Zavala-, pero uno sólo de los pasajeros, José Morales Hernández.
Sanoja, Cabrera Sifontes y Yánez Bustamante permanecieron como huéspedes de su compatriota Morales Luengo. Sólo que por muy poco tiempo. En las horas siguientes estuvieron muy ocupados observando cómo el “Jefe” cumplía su promesa de apoyar con armas y explosivos sus esfuerzos conspirativos para derrocar al presidente Betancourt.
Abbes García había informado días antes a Morales Luengo del arribo del grupo con la contraseña de que el 17 llegaría el “Cabrito”, tras recibirse un cablegrama en clave de Sanoja. Al despedirse del piloto, Morales Luengo le entregó un breve mensaje escrito dirigido a su cuñado, el capitán de aviación civil Carlos Chávez, principal ejecutivo de la línea RANSA: “Carlos envíame mañana por última vez el “Cabrito”.
Un abrazo de Eduardo”.
Esa noche, Sanoja pernoctó en una residencia ubicada en la esquina de las calles Cervantes y Santiago, del entonces exclusivo sector de Gazcue de Ciudad Trujillo.
Allí residía uno de sus hijos, Gilberto Sanoja Aguilar, teniente y miembro del Cuerpo Dental de las Fuerzas Armadas dominicanas.
Gilberto contaría después a su amigo y compadre Rafael Kasse Acta, médico odontólogo de 32 años, acerca de una acalorada discusión que él sostuviera, al parecer aquella misma noche, con su progenitor.
Aparentemente, padre e hijo discrepaban respecto de la forma de combatir a Betancourt.
Bajo las mismas condiciones del tiempo del día anterior, y dotado de la misma tripulación, el C-46 de la línea RANSA, dedicada al transporte único de carga, despegó del aeropuerto de Maiquetía, con un falso plan de vuelo hacia un hato en El Piñal, Estado de Apure, a las 05:23 (5:23 a.m.), del 18 de junio.
En el mismo punto que la vez anterior, el capitán García repitió el cambio de ruta “Whisky 1”, llamó a “Control Radhamés” y se dirigió nuevamente a la base aérea de San Isidro. El piloto apuntó meticulosamente la hora de aterrizaje: 08:03 (8:03 a.m.), hora local.
Una vez en tierra, los aviadores fueron conducidos en vehículos militares a la residencia donde les esperaban Morales Luengo y los tres compañeros del viaje anterior.
Allí después de desayunar se les unió Trujillo.
Esta vez los pilotos permanecieron en la parte baja de la casa, mientras el resto acompañaba al dictador a las habitaciones del piso superior.
Media hora más tarde, el grupo bajó y el capitán García les planteó la conveniencia de despegar temprano, a fin de no despertar sospechas sobre el vuelo. Podía hacerse muy tarde para aterrizar en el hato La Uriosa, del Estado Guárico, Venezuela, destino final de esta travesía cuya primera fase se iniciara a primera hora de la mañana del día anterior en Maiquetía.
Por fin, el C-46 alzó vuelo en San Isidro a las 13:00 (1:00 p.m.) hora de Venezuela. Llevaba un cargamento de 1,800 libras de armas, entre las que figuraban pistolas, revólveres, ametralladoras y proyectiles.
Lo más preciado del cargamento, sin embargo, estaba contenido en dos maletas verdes.
En el interior de ambas había un sofisticado receptor y explosivos suficientes para provocar una gran destrucción.
Eran igualmente seis los ocupantes: la tripulación de dos, y tres de los cuatro pasajeros del vuelo inicial.
El capitán de navío retirado Eduardo Morales Luengo ocupaba el lugar que había dejado José Morales Hernández, quien se había quedado en Venezuela al final del primer vuelo, el día anterior.
El “Cabrito” aterrizó, según lo programado, a las 16:30 (4:30 p.m.) en el hato La Uriosa, donde fue parcialmente descargado, con la ayuda del dueño de la propiedad, Pedro González Rincones, el capitán Chávez y Morales Hernández.
El plan marchaba conforme a lo trazado por los conspiradores.
Morales Luengo y Sanoja se quedaron en poder de las armas y dejaron las maletas con los explosivos al cuidado de Yáñez Bustamante y Cabrera Sifontes, que siguieron vuelo a Maiquetía, a las 17:15 (5:15 p.m.). Más tarde, el aparato tocó suelo en el aeropuerto de Maiquetía. La tripulación se despidió de los pasajeros y éstos últimos –Yáñez Bustamante y Cabrera Sifontes- bajaron cuidadosamente las maletas del avión y se trasladaron de inmediato al domicilio del primero, el apartamento número 55 del edificio Venus, en la Avenida París, en la Urbanización La California, de Caracas.
Al apartamento llegaría, horas después, Morales Luengo, aproximadamente a las 00:30 (0:30 a.m.) del día siguiente, 19 de junio.