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26 nov 2011



OPINIÓN

Claraboyas

26/11/2011 12:00 AM - DINÁPOLES SOTO BELLO

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Por Dinápoles Soto Bello
Articulista

Victor Hugo (1802 – 1885).Denis Diderot (1713-1784).
Victor Hugo (1802 – 1885).Denis Diderot (1713-1784). (Fuente Externa)
1. ¿Idealización de la mujer?El genio de Denis Diderot (1713-1784), filósofo francés de la Ilustración era multifacético (filosofía, teatro, novela). Afiliado al culto que a la Razón tenían los enciclopedistas de la Ilustración, se podría pensar que subestimaba a la mujer por ser todo corazón, como expresara Victor Hugo (“El hombre es el cerebro; la mujer, el corazón”), y teniendo en cuenta, además, la incompatibilidad aparente entre cerebro y corazón. Sin embargo, Diderot tenía en alta estima a la mujer, acaso por sus vivencias relacionales con su esposa Antonieta Champion, su hija Angélica, una hermana religiosa, y sus amantes Madame de Puisieux, Sophie Volland, entre otras. Acaso el conocimiento que alcanzó de la mujer fruto de esas vivencias, lo llevó a expresar el maravilloso elogio que sigue:
Para escribir sobre la mujer hay que mojar la pluma en el arcoíris y emplear como secante polvo de alas de mariposa.

Sin embargo, el mejor elogio a la mujer que conozcamos, lo hizo Víctor Hugo en su poema El hombre y la mujer, que publicáramos in extenso en otra ocasión en este mismo periódico. Recordamos algunos de sus magníficos versos:

El hombre es el cerebro; la mujer, el corazón. /
El cerebro produce la luz; el corazón, produce el amor. /
La luz fecunda; el amor, resucita. /
El hombre es un código; la mujer, un evangelio. /
El código corrige; el evangelio, perfecciona. /
El hombre es el océano; la mujer es el lago. /
El océano tiene la perla que adorna; el lago, la poesía que deslumbra. /
El hombre es el águila que vuela; la mujer, el ruiseñor que canta. /
Volar es dominar el espacio; cantar, es conquistar el alma. /
Enfin: El hombre está colocado donde termina la tierra, /
La mujer, donde comienza el cielo.
2. El atajo sublime del amor [Léon BLOY; CARTAS A SU NOVIA, 8 de septiembre del 1889: Editorial Inter-Americana, Bs. As., Argentina, 1944] [Negritas y corchete míos, DSB]

¡Oh mi dulce consoladora, mi Samaritana querida! [Juana Molbech], la he amado desde el primer día, lo veo ahora y ese sentimiento se ha desarrollado de pronto como la llama de un incendio.

Hace algunos días había comido en casa de un amigo que se había sentado al piano pa-ra ejecutar para mí algunas de las melodías tan tiernas y tan melancólicas de Schubert. Escuchándolo yo pensaba en usted y como la música obra poderosamente en mí, afinando mi sensibilidad y ampliando mi capacidad de sufrir, llegué a pensar que tal vez un día me fuera preciso renunciar a usted, a quien amo desde ahora... y que es mi única esperanza terrena. Esta idea fue una puñalada tan cruel que me pareció que mi alma entraba en agonía.
Comprendí entonces hasta qué punto mi corazón le pertenece.
Ahora mi querida, todo esto ha pasado. Mi ternura hacia usted es completamente dulce, un poco melancólica, sin duda, pero sin ninguna mezcla de amargura.

Usted me escribió: Amo a Dios más que a usted. Niña bien amada, ¿qué sabe usted? Yo no podría escribirle eso porque sería imposible hacer esa división. Amo a Dios en usted, por usted, a causa de usted, y la amo a usted perfectamente en Dios como un cristiano debe amar a su esposa, y la idea de separar de una manera cualquiera esa hermosa llama de amor no cae bajo el discernimiento de mi espíritu. Amémosnos, pues, mi pequeña Juana con entera simplicidad, sin ningún análisis vano, en la forma que Dios quiere; no tengamos miedo del Amor que es el Nombre mismo del Espíritu Santo y esperemos así, con valor, la voluntad de aquel que nos ha formado para su Gloria y que no nos ha sacado de la nada por el placer de torturarnos.

¿No es una cosa extraña? Yo me siento ante usted, cerca de usted, mi amor querido, como un pequeñísimo niño enfermo. Si Dios quisiera hacernos la gracia de realizar lo que deseamos uno y otro, ¡ah! yo me refugiaría en sus brazos, en su corazón como en una ciudadela. Usted protegería contra él mismo o contra sus propios pensamientos a este hombre que pretenden tan fuerte, tan duro, tan terrible con sus enemigos y que sería tan débil en su presencia. Usted sería, querida amiga de mi alma, mi conciencia y mi luz, porque a través de usted yo vería siempre a mi Redentor y al Espíritu Adorable de mi Dios.
3. Las dos ciudades [San Agustín (354-430) obispo de Hipona, doctor de la Iglesia; LA CIUDAD DE DIOS].

Dos amores construyeron dos ciudades: el amor propio hasta el desprecio a Dios hizo la ciudad terrena; el amor de Dios hasta el desprecio de si mismo, la ciudad del cielo. La una se glorifica a sí misma, la otra se glorifica en el Señor. Una busca la gloria que viene de los hombres (Jn 5,444), la otra tiene su gloria en Dios, testigo de su conciencia. Una, hinchada de vana gloria, levanta la cabeza, la otra dice a su Dios: «Tú eres mi gloria, me haces salir vencedor...» (cf Sal 3,4) En una, los príncipes son dominados por la pasión de dominar sobre los hombres y sobre las naciones conquistadas, en la otra todos son servidores del prójimo en la caridad, los jefes velando por el bien de sus subordinados y éstos obedeciéndoles. La primera, en la persona de los poderosos, se admira de su propia fuerza, la otra dice a su Dios: «Te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.» (Sal 17,2)

En la primera, los sabios llevan una vida mundana, no buscando más que las satisfacciones del cuerpo o del espíritu o las dos a la vez: «...habiendo conocido a Dios, no lo han glorificado, ni le han dado gracias, sino que han puesto sus pensamientos en cosas sin valor y se ha oscurecido su insensato corazón...han cambiado la verdad de Dios por la mentira.» (cf Rm 1,21-25) En la ciudad de Dios, en cambio, toda la sabiduría del hombre se encuentra en la piedad que da culto al verdadero Dios, un culto legítimo y que espera como recompensa, en la comunión de los santos, no solamente de los hombres sino también de los ángeles, «que Dios sea todo en todos.» (1Cor 15,28)
4. El huevo dentro de la botella (curiosidad) [Revista MAGISTER, p. 29, año 1, No. 3, febrero de 1977: Universidad Católica Madre y Maestra (UCMM), Santiago, República Dominicana][Editado para mejor comprensión del lector]
Lancemos al interior de una botella de cuello más estrecho que el diámetro de un huevo duro, un pedazo de papel encendido. Esperemos un rato y luego acomodemos un huevo duro descascarado en la boca de aquélla. Veremos entonces con gran sorpresa, que el huevo atraviesa lentamente el cuello de la botella y cae dentro de ella. ¿Qué es lo que ha sucedido? ¿Cómo se explica este hecho curioso? Veamos:

EL aire está constituido por moléculas las cuáles se mueven con una energía cinética (E) que depende de la temperatura (T) [la relación es (E) = (3/2)(k)(T), donde (k) es la constante de Boltzmann] Antes de poner el huevo en la boca de la botella, las moléculas bombardean las paredes de ésta, produciendo una presión (p1) = (n1)(k)(T1) siendo (n1) el numero de moléculas por unidad de volumen y T1 la temperatura ambiente.

Por la boca de la botella, cada segundo, entran tantas moléculas como salen de ella si reina igual temperatura T1 fuera y dentro. En la pared interior, pues, la presión es

(p1) = (n1)(k)(T1). Al echar dentro de la botella el papel encendido, la temperatura aumenta a (T2), mayor que (T1), traduciéndose este aumento en un incremento de la energía de movimiento de las moléculas. Entonces sucede que, moviéndose más rápidamente las moléculas del interior que las del exterior, salen más moléculas de las que entran por la boca de la botella, y en consecuencia disminuye el número de moléculas por unidad de volumen en el interior, pasando de (n1) a (n2), siendo (n2) menor que (n1). Acomodando el huevo duro sobre el cuello, evitamos que cuando se restablezca el equilibrio de temperaturas [equilibrio térmico] se iguale el balance de moléculas entrantes y salientes. Por tanto, el huevo bloqueando el cuello nos asegura una menor cantidad de moléculas por unidad de volumen dentro de la botella, haciendo que la presión en su interior sea (p2) = (n2)(k)(T1) [(T2) vuelve con el tiempo a tomar el valor (T1), en el equilibrio térmico]; es decir, (p2) es menor que (p1) = (n1)(k)(T1), la presión reinante en el exterior. En consecuencia, como la presión sobre el huevo desde el exterior es mayor que la presión desde el interior, entonces el huevo es empujado hacia adentro hasta que finalmente cae al fondo de la botella.
Dinápoles Soto Bello es profesional de la Física y la Matemática