El Adán acadio y su incidencia en la configuración del dogma de la Trinidad
Simbología de la sangre
En las mitologías de los primeros pueblos históricos conocidos de Mesopotamia, la carne y la sangre fueron concebidos como elementos divinos que se unirían al barro primigenio yacente en el abismo de las aguas primordiales para crear al primer ser humano.
Carne y sangre otorgaron al ser creado la esencia divina del alma inmortal y la inteligencia respectivamente.
El poema del Atrahasis relata este acontecimiento creacionista de la siguiente manera:
223 Y el dios We, que tenía el “alma”,
Es inmolado en plena asamblea.
Con su carne y con su sangre,
226 Nintu mezcla la arcilla,
Para que se uniesen el dios y el hombre,
Estuviesen reunidos en la arcilla
(Estos dos versos fueron olvidados por el copista)
227- Y para que así, des[de este momento], (los dioses) [estuviesen ociosos] (?),
V) Gracias a la carne del dios hubo también en el Hombre un “al[ma]”,
Que lo presentaría siempre vivo después de la muerte.
Esta “alma” [estaba allí] para guardarlo del olvido!
231 Después de que Enki hubiese amasado esta arcilla,
Llamó a los Anunnaku, los grandes dioses,
Y a los Igigu convertidos, ellos también,) en grandes dioses,
Que escupieron sobre la arcilla.
235- Después, [Ma]mmi abrió la boca
[Y se di]rige a los grandes dioses:
[“¡El tr]abajo que me habías encargado,
Ya lo he realizado!
239 Habéis inmolado a ese dios con su “alma”, (1)
De aquellas mismas Aguas Primordiales surgiría la Montaña Cósmica, que en la psicología sumeria vendría a conformar el arquetipo mental que aludiría al tiempo anterior a la creación de los Cielos y la Tierra, cuando los unos y la otra estaban unificados.
Esta idealización cosmogónica fue materializada en la construcción de los zigurats en tierras mesopotámicas, donde la base de aquella Montaña Cósmica aludiría a la tierra mundana que se hundía en las Aguas Primigenias, y la parte más alta de estas a los cielos que se elevaban hacía lo ignoto..
Esta visualización arquetípica fue plasmada en los primeros versos del poema cosmogónico sumerio:
1 Cuando en lo alto el cielo no había sido todavía nombrado,
Cuando en lo bajo la Tierra todaqvía no tenía nombre,
(Y) la engendradora Tiamat, que los dará a luz a todos,
Todos ellos mezclaban sus aguas en uno solo
Cuando los pastos no estaban aglomerados ni eran visibles los canales,
Mientras no habían aparecido los dioses,
Y ninguno tenía un nombre ni estaba provisto de un destino,
8 Los dioses fueron creados de su seno..(2)
También del fondo del Apsu, el abismo de las Aguas Primordiales, sería extraído el cieno que habría de mezclarse con la carne y la sangre del dios para crear al primer ser humano.
La simbología de la carne y la sangre derivada de la percepción que tenían esas personas, se transmitió a través de la teología judía al cristianismo primitivo, que al mezclarse con creencias procedentes del paganismo griego, dieron lugar a toda una teología paulina que acabó transformándose en la religión cristiana.
La doctrina teológica cristiana acerca de la carne y la sangre de Cristo no constituyen así más que una reminiscencia de aquellas ancestrales creencias mesopotámicas, recogidas por copistas acadios hacia la primera mitad del segundo milenio a.C.
El descenso del logos y la primigenia conceptualización trinitaria.
El Atrahasis es un poema creacionista elaborado por un copista babilonio hacia la segunda mitad del siglo XVII a.C. en dialecto acadio paleobabilonio, mientras que el Enuma Elish es un poema creacionista escrito en paleobailonio medio en torno al siglo XII a.C. , aunque parece responder a una traducción de un texto estrictamente sumerio datado en torno al siglo XX a.C.
Respecto del poema del Atrahasis, los eminentes sumerológos Jean Bottero y Samuel Noah Kramer escribieron:
“Dicho poema no es una traducción del sumerio, ni tampoco un nuevo arreglo de una obra pensada y redactada en dicha lengua; todo, en ella, pone de manifiesto que se trata de una composición original, típicamente paleobabilonia.” (3)
De la lectura de los versos del Enuma Elish acerca de la creación del ser humano, se pueden constatar diferencias de percepción en cuanto a la naturaleza humana.
En el texto de origen sumerio, el Enuma Elish, expuesto a continuación, el dios sacrificado aporta solo su sangre para de ella moldear al primer ser humano, pero en el texto creacionista acadio, el Atrahasis, son la carne y la sangre de la divinidad menor sacrificada por los dioses superiores la que se une al cieno primigenio para crear al primer ser humano.
1 Oye Marduk las palabras de los dioses
(y) su corazón lo apremia a modelar obras llenas de arte. Abriendo su boca, se dirige a Ea
para escuchar consejo acerca de lo que a si mismo se había dicho
en su corazón:
5 “Entretejeré sangre (y) ensamblaré huesos.
Suscitaré un ser humano, Hombre será su nombre.
En verdad, construiré al ser humano (denominado) Hombre.
Estará encargado del servicio de los dioses; que ellos puedan estaren paz.(Además,) los modos
de los dioses alteraré con arte:
10 aunque igualmente reverenciados, en dos (grupos) estarán divididos”.
Ea le respondió, hablando con él una palabra
a fin de referirle su (propio) designio para el alivio de los dioses:
“Que uno solo de sus hermanos sea entregado;
él solo perecerá para que la humanidad pueda ser modelada
15 Que los grandes dioses se hallen aquí en asamblea;
que el culpable sea entregado, para que ellos puedan perdurar”.
Marduk convocó a los grandes dioses para la asamblea;
ordenando graciosamente, expidió instrucciones.
A su prolación pusieron cuidado.
20 El Rey a los Anunnaki dirigió una palabra:
“Si vuestra anterior declaración fue verdadera,
la verdad, bajo juramento, declarad (ahora) delante de mí.
¿Quién fue el que discurrió sublevación
e hizo a Tiamat rebelarse, y entabló batalla?
25 Que ése sea entregado, el que discurrió sublevación.
Yo le haré cargar con su culpa. Vosotros podréis habitar en paz”.
Los Igigi, los grandes dioses, respondieron
a Lugaldimmerankia, consejero de los dioses, su señor:
“Kingu fue quien discurrió sublevación
30 e hizo a Tiamat rebelarse, y entabló batalla”.
Lo ligaron; presentáronlo asido delante de Ea.
Impusieron sobre él su culpa, y cortaron su sangre.
33 De su sangre, modelaron a la humanidad. (4)
Según se infiere de la comparación de ambos textos, la percepción semita representada por los acadios sobre el origen del primer hombre creado difiere de la sumeria.
En la visión semita, la carne del dios se identificaba con la esencia inmortal divina, y su sangre con la inteligencia, de la que el dios inmolado era la divinidad representativa. El barro del Abzu equivaldría a un elemento de naturaleza mundana. En cambio en la visión sumeria, solo la sangre parece representar la esencia divina necesaria para crear una vida inferior.
El mito creacionista semita acerca del origen del ser humano parece más elaborado que el mito sumerio, según se desprende de la comparación de ambos textos.
En ambos casos, el concepto del logos paulino vendría simbolizado por la sangre aportada tanto por la divinidad sumeria como por la acadia, pero con la particularidad de que la acadia aporta también su esencia inmortal, su alma según la traducción de Noah Kramer, a través de su carne..que también “desciende” como parte del dios para para unirse a la esencia mundana del barro y constituir al primer ser humano.
Del la sangre, la carne, y el barro, simbolizando respectivamente en el logos, el alma, y el cuerpo, se puede inferir una primigenia referencia trinitaria..
El dogma de la Trinidad, asentado en el siglo I por Pablo de Tarso a través de la fórmula utilizada en sus bendiciones, y afianzado en el 325 durante el Concilio de Nicea, habría sido entonces una reminiscencia muy tardía del mito acadio sobre la creación del primer ser humano.
La sangre replicada
V) Gracias a la carne del dios hubo también en el Hombre un “al[ma]”,
Que lo presentaría siempre vivo después de la muerte. (5)
La divinidad inmolada transmite su esencia inmortal al primer hombre a través de su carne, y su inteligencia, su logos, a través de su sangre.
En la traducción del Atrahasis de Jean Bottero y Samuel Noah Kramer, se llama Hombre al término acadio Adamu.
El poema relata como después de haber creado al primer ser humano, los dioses decidieron utilizarlo como molde para crear otros seres como el. Para ello extrajeron catorce porciones de barro del Abzu, que dividieron en dos grupos de siete. Luego hicieron un inciso sobre una parte de su cuerpo con la finalidad de que por el brotase su sangre, y tomándola la acabaron vertiendo gota a gota sobre cada una de las catorce porciones de aquel barro extraído del Abzu..
Una vez mezcladas las catorce porciones de barro del Abzu con la sangre de Adamu, introdujeron cada una de ellas en el útero de catorce diosas diferentes.
Así fueron gestados siete varones y siete hembras, que conformaron las siete primeras parejas humanas.
En la descripción de como fueron creadas las primeras parejas humanas se puede encontrar la clave para entender la razón etimológica del término acadio Adamu.
Al ser su etimología confusa, tradicionalmente se ha aceptado la traducción de Hombre para el término acadio Adamu, a pesar de que se conoce la relación de esta etimología con términos como rojizo o sangre.
De la lectura del Atrahasis, se desprende que Adamu fue creado con la intención de que sirviese de molde para crear otros seres como el, que luego habrían de servir a los dioses haciéndose cargo de sus duras tareas; y para esta finalidad habrían de utilizar la sangre de Adamu.
De la relación etimológica de Adamu con términos como rojizo o sangre, y de su manifiesta utilidad expuesta en el texto creacionista, se puede inferir que su construcción etimológica significaría “el donante de sangre”.
(1) Extracto del poema del Atrahasis o del Muy Sabio, tomado del libro “Cuando los dioses hacían de hombres”, Jean Bottero y Samuel Noah Kramer
(2) Versos 1 al 8 del Enuma Elish
(3) Extracto del libro “Cuando los dioses hacían de hombres”, Jean Bottero y Samuel Noah Kramer
(4) Extracto de la Tabla VI del poema sumerio de la creación, “Enuma Elish”
(5) Versos 228 y 229 del Atrahasis, extraídos del libro “Cuando los dioses hacían de hombres”, Jean Bottero y Samuel Noah Kramer