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Estrategias globales y peligros
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Libia: Incubando la guerra post-Gadafi
Cualquiera que sea el futuro del gobierno libio, se vislumbra una preocupante amalgama de rivalidades políticas, fragmentación territorial y tribal, luchas de poder y sed de venganza.
Por la Redacción de APAS |
17|11|2011
La Libia "liberada" que certificó el autoproclamado presidente del Consejo Nacional de Transición (CNT), Mustafa Abdul Jalil, el 23 de octubre en Benghazi, encara inmensos desafíos tras finalizar la guerra azuzada por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Sin la tutela visible de la alianza atlántica tras concluir su misión en octubre, una de las prioridades de los líderes de la insurrección que derrocó a Muamar El Gadafi es perseguir y juzgar a simpatizantes, ex funcionarios y ex militares del anterior gobierno.
Claro está, ese anhelado ajuste de cuentas con fachada justiciera dista mucho de ser transparente y apegado a derecho, a juzgar por advertencias de grupos defensores de los derechos humanos y el trato vejatorio dado a detenidos, heridos y fallecidos.
Pero los episodios que vivió Libia en los últimos meses, sobre todo después de la captura y asesinato de Gadafi el 20 de octubre, y la humillante exhibición de su cadáver en Misratah durante cinco días, alimentan presagios bien fundados de un rebrote de guerra civil.
A la instancia que funge como gobierno le falta carisma y liderazgo real, y prueba de ello son sus dificultades para legitimar un gabinete representativo de todos los sectores de Libia, y su incapacidad para lograr el desarme y la reconciliación, dos propósitos perentorios.
Observadores achacan la poca confianza que ofrece la dirigencia del CNT al hecho de que algunos de sus miembros traicionaron antes a El Gadafi o pasaron de ser acérrimos enemigos de potencias occidentales a lacayos que imploraron los bombardeos aéreos de la OTAN.
Documentos de inteligencia de Estados Unidos y otros hallados en Trípoli tras la entrada de los sublevados, aportaron luces sobre la pertenencia de algunos jefes militares insurgentes al Grupo Islámico de Combatientes Libios (LIFG, por sus siglas en inglés), creado en 1990.
Los mismos que saludaron la agresión militar del bloque atlántico, la cual durante casi siete meses lanzó más de nueve mil 600 bombardeos aéreos contra objetivos militares y civiles, son señalados de haber tenido nexos con la red Al-Qaeda en Afganistán, Irak y otros países.
Ello explica porqué el CNT, dada la renuncia anunciada de su primer ministro de facto Mahmoud Jibril, optó por la figura aparentemente neutra y conciliadora del empresario y académico Abdul Rahim El-Keib para encabezar el Ejecutivo de transición hasta las elecciones.
Analistas creen que su falta de nexos con el gobierno anterior, a diferencia de Jalil y Jibril, y su arraigo a Trípoli (la capital), hacen a El-Keib útil para equilibrar el apoyo al liderazgo del CNT por parte de los libios de Benghazi, cuna de la rebelión.
No obstante, valga recordar que El-Keib se formó, vivió y trabajó durante décadas en Estados Unidos, fue profesor en universidades norteamericanas y de los Emiratos Árabes Unidos, y contribuyó con su dinero a financiar la insurrección contra El Gadafi.
El CNT pretende una administración capaz de conducir el país a elecciones en la primera mitad de 2012 para una Asamblea Constituyente que redacte la Carta Magna y coordine el desarme de civiles, ex militares y ex insurgentes.
Pero la polarización en su seno para elegir al primer ministro, con 26 de los 51 votos posibles, fue una señal inequívoca de que entre los sublevados prevalecen marcados antagonismos.
Y ocurre que, además de las dudas sobre el origen, filiación política, probidad, ideología y credo de los que ahora administran Libia, pesa mucho su credibilidad dañada por las argucias que idearon y propagaron con ayuda de Occidente para justificar el levantamiento.
Al margen excesos que cometiera Gadafi, lo cierto es que los alzados y la OTAN -con el infausto aval de la Liga Árabe- dijeron preocuparse por civiles brutalmente reprimidos por militares y supuestos mercenarios subsaharianos, argumentos ahora usados en una franca limpieza racial.
La maldad atribuida al régimen incluyó el reparto de Viagra a soldados para violar a mujeres, algo que la inteligencia de Washington luego probó era falso, aunque fue propagado con vehemencia por el fiscal jefe de la Corte Penal Internacional, Luis Moreno Ocampo.
Como bola de nieve rodante, los pretextos para que la ONU autorizara la zona de exclusión aérea, el suministro de armas a insurrectos bajo fachada de ayuda no letal, su entrenamiento y financiamiento, amplificaron un clima de odio y difidencia que se respira por doquier.
No son pocos quienes insisten en que podría reanudarse la guerra, en tanto leales a Gadafi, milicias tribales y ex insurgentes negados a desarmarse protagonizan escaramuzas esporádicas en Trípoli, Benghazi, Misratah, Zintan u otra plaza en busca de protagonismo y poder.
Tiroteos en calles de la capital libia, motines violentos en prisiones o protestas de ex soldados y ex insurgentes armados con fusiles para reclamar el pago de salarios atrasados y una estructura militar que los acoja, son algunos de los ejemplos más recientes.
La propia prensa occidental reseñó durante la insurrección numerosos casos de arrestos arbitrarios, torturas y ejecuciones extrajudiciales de leales a Gadafi por parte de los sublevados, y hoy admite una incipiente insurgencia tribal contra las nuevas autoridades.
A nadie escapa la realidad de que el propósito de cohesionar a los libios en torno al CNT es tan inviable como antagónicos son los intereses de la población, sobre todo los leales al antiguo líder que sufrieron los bombardeos de la OTAN y los abusos de los alzados.
Libios entrevistados por Prensa Latina en Egipto admitieron lo complejo de armonizar su sociedad, tomando en cuenta que convergen tribus, etnias, nómadas del desierto, africanos subsaharianos, islamistas, laicos, judíos, liberales, por demás, detractores o fieles a Gadafi.
El propio alzamiento demostró que son posibles alianzas coyunturales, aunque la comunión en el afán de aniquilar al antiguo líder requirió ocho meses de beligerancia y la devastadora agresión de la OTAN. Gadafi fue asesinado dos meses después de caer Trípoli.
A largo plazo, sin embargo, queda cada vez más claro que esas concertaciones son poco sostenibles y de duración efímera, lo cual eleva sobremanera la probabilidad de más violencia.
Por ejemplo, en Misratah, tierra del occidente libio de donde procedía la brigada que capturó y mató a Gadafi en Sirte, numerosos consejos, comités y milicias locales riñen entre sí y disponen a su antojo órdenes de arrestos para líderes de otros grupos.
Varios testimonios refieren que muchas de esas estructuras y sus jefes se niegan a legitimar al CNT como el nuevo régimen, aumentando la duda sobre quién debe gobernar Libia, pese a que Washington, la Unión Europea y la ONU se apresuraron a dar el espaldarazo a los rebeldes.
Un análisis del grupo de inteligencia global Stratfor lanzó una verdad lapidaria al afirmar:"La característica de la nueva Libia es altamente incierta, pero lo que está claro es que el CNT no tomará fácilmente el control que El Gadafi dejó".
Quizás ello justifique el escepticismo y pesimismo de quienes hacen un análisis meticuloso del país norafricano y vaticinan sin reparos que los verdaderos desastres están aún por llegar.
Sin la tutela visible de la alianza atlántica tras concluir su misión en octubre, una de las prioridades de los líderes de la insurrección que derrocó a Muamar El Gadafi es perseguir y juzgar a simpatizantes, ex funcionarios y ex militares del anterior gobierno.
Claro está, ese anhelado ajuste de cuentas con fachada justiciera dista mucho de ser transparente y apegado a derecho, a juzgar por advertencias de grupos defensores de los derechos humanos y el trato vejatorio dado a detenidos, heridos y fallecidos.
Pero los episodios que vivió Libia en los últimos meses, sobre todo después de la captura y asesinato de Gadafi el 20 de octubre, y la humillante exhibición de su cadáver en Misratah durante cinco días, alimentan presagios bien fundados de un rebrote de guerra civil.
A la instancia que funge como gobierno le falta carisma y liderazgo real, y prueba de ello son sus dificultades para legitimar un gabinete representativo de todos los sectores de Libia, y su incapacidad para lograr el desarme y la reconciliación, dos propósitos perentorios.
Observadores achacan la poca confianza que ofrece la dirigencia del CNT al hecho de que algunos de sus miembros traicionaron antes a El Gadafi o pasaron de ser acérrimos enemigos de potencias occidentales a lacayos que imploraron los bombardeos aéreos de la OTAN.
Documentos de inteligencia de Estados Unidos y otros hallados en Trípoli tras la entrada de los sublevados, aportaron luces sobre la pertenencia de algunos jefes militares insurgentes al Grupo Islámico de Combatientes Libios (LIFG, por sus siglas en inglés), creado en 1990.
Los mismos que saludaron la agresión militar del bloque atlántico, la cual durante casi siete meses lanzó más de nueve mil 600 bombardeos aéreos contra objetivos militares y civiles, son señalados de haber tenido nexos con la red Al-Qaeda en Afganistán, Irak y otros países.
Ello explica porqué el CNT, dada la renuncia anunciada de su primer ministro de facto Mahmoud Jibril, optó por la figura aparentemente neutra y conciliadora del empresario y académico Abdul Rahim El-Keib para encabezar el Ejecutivo de transición hasta las elecciones.
Analistas creen que su falta de nexos con el gobierno anterior, a diferencia de Jalil y Jibril, y su arraigo a Trípoli (la capital), hacen a El-Keib útil para equilibrar el apoyo al liderazgo del CNT por parte de los libios de Benghazi, cuna de la rebelión.
No obstante, valga recordar que El-Keib se formó, vivió y trabajó durante décadas en Estados Unidos, fue profesor en universidades norteamericanas y de los Emiratos Árabes Unidos, y contribuyó con su dinero a financiar la insurrección contra El Gadafi.
El CNT pretende una administración capaz de conducir el país a elecciones en la primera mitad de 2012 para una Asamblea Constituyente que redacte la Carta Magna y coordine el desarme de civiles, ex militares y ex insurgentes.
Pero la polarización en su seno para elegir al primer ministro, con 26 de los 51 votos posibles, fue una señal inequívoca de que entre los sublevados prevalecen marcados antagonismos.
Y ocurre que, además de las dudas sobre el origen, filiación política, probidad, ideología y credo de los que ahora administran Libia, pesa mucho su credibilidad dañada por las argucias que idearon y propagaron con ayuda de Occidente para justificar el levantamiento.
Al margen excesos que cometiera Gadafi, lo cierto es que los alzados y la OTAN -con el infausto aval de la Liga Árabe- dijeron preocuparse por civiles brutalmente reprimidos por militares y supuestos mercenarios subsaharianos, argumentos ahora usados en una franca limpieza racial.
La maldad atribuida al régimen incluyó el reparto de Viagra a soldados para violar a mujeres, algo que la inteligencia de Washington luego probó era falso, aunque fue propagado con vehemencia por el fiscal jefe de la Corte Penal Internacional, Luis Moreno Ocampo.
Como bola de nieve rodante, los pretextos para que la ONU autorizara la zona de exclusión aérea, el suministro de armas a insurrectos bajo fachada de ayuda no letal, su entrenamiento y financiamiento, amplificaron un clima de odio y difidencia que se respira por doquier.
No son pocos quienes insisten en que podría reanudarse la guerra, en tanto leales a Gadafi, milicias tribales y ex insurgentes negados a desarmarse protagonizan escaramuzas esporádicas en Trípoli, Benghazi, Misratah, Zintan u otra plaza en busca de protagonismo y poder.
Tiroteos en calles de la capital libia, motines violentos en prisiones o protestas de ex soldados y ex insurgentes armados con fusiles para reclamar el pago de salarios atrasados y una estructura militar que los acoja, son algunos de los ejemplos más recientes.
La propia prensa occidental reseñó durante la insurrección numerosos casos de arrestos arbitrarios, torturas y ejecuciones extrajudiciales de leales a Gadafi por parte de los sublevados, y hoy admite una incipiente insurgencia tribal contra las nuevas autoridades.
A nadie escapa la realidad de que el propósito de cohesionar a los libios en torno al CNT es tan inviable como antagónicos son los intereses de la población, sobre todo los leales al antiguo líder que sufrieron los bombardeos de la OTAN y los abusos de los alzados.
Libios entrevistados por Prensa Latina en Egipto admitieron lo complejo de armonizar su sociedad, tomando en cuenta que convergen tribus, etnias, nómadas del desierto, africanos subsaharianos, islamistas, laicos, judíos, liberales, por demás, detractores o fieles a Gadafi.
El propio alzamiento demostró que son posibles alianzas coyunturales, aunque la comunión en el afán de aniquilar al antiguo líder requirió ocho meses de beligerancia y la devastadora agresión de la OTAN. Gadafi fue asesinado dos meses después de caer Trípoli.
A largo plazo, sin embargo, queda cada vez más claro que esas concertaciones son poco sostenibles y de duración efímera, lo cual eleva sobremanera la probabilidad de más violencia.
Por ejemplo, en Misratah, tierra del occidente libio de donde procedía la brigada que capturó y mató a Gadafi en Sirte, numerosos consejos, comités y milicias locales riñen entre sí y disponen a su antojo órdenes de arrestos para líderes de otros grupos.
Varios testimonios refieren que muchas de esas estructuras y sus jefes se niegan a legitimar al CNT como el nuevo régimen, aumentando la duda sobre quién debe gobernar Libia, pese a que Washington, la Unión Europea y la ONU se apresuraron a dar el espaldarazo a los rebeldes.
Un análisis del grupo de inteligencia global Stratfor lanzó una verdad lapidaria al afirmar:"La característica de la nueva Libia es altamente incierta, pero lo que está claro es que el CNT no tomará fácilmente el control que El Gadafi dejó".
Quizás ello justifique el escepticismo y pesimismo de quienes hacen un análisis meticuloso del país norafricano y vaticinan sin reparos que los verdaderos desastres están aún por llegar.